Escuela 2018
Se ha lanzado recientemente un meme en la blogosfera: ¿Cómo te gustaría que fuese la escuela en el 2018? Hubiera preferido otro tipo de pregunta, del tipo ¿Cómo pensar la escuela del 2018?, o ¿Es posible una escuela en el 2018?, o ¿Es posible hoy pensar en la escuela futura?Planteo estas preguntas porque las respuestas que he podido leer no son más que un repertorio de ideas comunes sobre espacios acogedores y bien surtidos, atención a la diversidad y multiculturalidad, función liberadora de la escuela, programas de implantación de las TIC... Nada, sin embargo, del verdadero proceso de aprendizaje que debería producirse en la mente del alumno, ni de las estrategias intelectuales que debe poner en acción el profesor. Las ideas utopistas de las intervenciones soslayan las profundas relaciones que se suelen establecer entre el alumno y el profesor. Profundas podría significar inconscientes y nótese que me refiero a una relación individual profesor-alumno, y no la de profesor-aula. En este sentido, quizá por deformación profesional y disciplinar, quisiera apuntar algunas observaciones sobre la escuela y su relación con el lenguaje.
La escuela del 2018 debería poder en los niveles apropiados estudiar el lenguaje de una manera naturalista, entendiéndolo como una facultad con la que venimos dotados biológicamente y que puede estudiarse científicamente, como la química, la física o la geología. La lingüística y la teoría de la evolución también deberían darse la mano en la escuela.
Pero la lengua es también un instrumento de comunicación, y en este tiempo se han realizado avances en el estudio de los métodos de alfabetización lingüística y cultural. La escuela debería repensar y replantear las relaciones entre los conceptos de lengua y dialecto a la luz de nuevas teorías que no recogen los programas ni las actitudes de los enseñantes. La diversidad inter e intralingüística debería ser objetivo de nuevos planteamientos.
La escuela del "me gustaría" se plantea objetivos utópicos no por ello desdeñables. Pero al tener un sesgo pedagógico, social e incluso político, no oye lo que el lenguaje y las relaciones lingüísticas dicen sobre la práctica docente y del aprendizaje. La escuela debería dejar de ser sorda a lo que el lenguaje oculta, desvela, niega, transforma, condensa, desplaza... El cuidado de la relación profesor-alumno pasa por una reflexión sobre los mecanismos profundos de significaión que es condición indispensable para alcanzar una educación verdaderamente liberadora y desfamiliarizadora.
Este objetivo desfamiliarizador sería el fundamental de unas materias tan habitualmente conservadoras como la semántica y la literatura. Lo más audaz a lo que llega la pedagogía de la literatura es al objetivo de disfrutar de la lectura (¿no suena al clásicodelectare?) o al de fomentar el espíritu crítico y el respeto por otras culturas. Se echa en falta abordar en la enseñanza de la literatura otras experiencias más profundas y que podrían remontarse a lacatharsis aristotélica.
Estas observaciones se realizan teniendo en mente la enseñanza secundaria, nivel en que se está produciendo un constante deterioro de la profundidad de la materia lingüística enseñada. Adviértase que no me estoy refiriendo al nivel alcanzado por los alumnos, sino a la profundidad de lo enseñado.
La escuela del 2018 debería poder en los niveles apropiados estudiar el lenguaje de una manera naturalista, entendiéndolo como una facultad con la que venimos dotados biológicamente y que puede estudiarse científicamente, como la química, la física o la geología. La lingüística y la teoría de la evolución también deberían darse la mano en la escuela.
Pero la lengua es también un instrumento de comunicación, y en este tiempo se han realizado avances en el estudio de los métodos de alfabetización lingüística y cultural. La escuela debería repensar y replantear las relaciones entre los conceptos de lengua y dialecto a la luz de nuevas teorías que no recogen los programas ni las actitudes de los enseñantes. La diversidad inter e intralingüística debería ser objetivo de nuevos planteamientos.
La escuela del "me gustaría" se plantea objetivos utópicos no por ello desdeñables. Pero al tener un sesgo pedagógico, social e incluso político, no oye lo que el lenguaje y las relaciones lingüísticas dicen sobre la práctica docente y del aprendizaje. La escuela debería dejar de ser sorda a lo que el lenguaje oculta, desvela, niega, transforma, condensa, desplaza... El cuidado de la relación profesor-alumno pasa por una reflexión sobre los mecanismos profundos de significaión que es condición indispensable para alcanzar una educación verdaderamente liberadora y desfamiliarizadora.
Este objetivo desfamiliarizador sería el fundamental de unas materias tan habitualmente conservadoras como la semántica y la literatura. Lo más audaz a lo que llega la pedagogía de la literatura es al objetivo de disfrutar de la lectura (¿no suena al clásicodelectare?) o al de fomentar el espíritu crítico y el respeto por otras culturas. Se echa en falta abordar en la enseñanza de la literatura otras experiencias más profundas y que podrían remontarse a lacatharsis aristotélica.
Estas observaciones se realizan teniendo en mente la enseñanza secundaria, nivel en que se está produciendo un constante deterioro de la profundidad de la materia lingüística enseñada. Adviértase que no me estoy refiriendo al nivel alcanzado por los alumnos, sino a la profundidad de lo enseñado.